Hablar de este libro es hablar de un objeto hermoso —tal vez demasiado hermoso— y muy caro. Uno de esos libros que no solemos comentar aquí, no porque no cumpla con el requisito de haber sido editado hace ya unos años —es de 1996— sino porque no suele estar al alcance del bolsillo del crítico. Que lo estemos comentando se debe, entonces, a uno de esos malabares del azar al que tanto ayudamos los bibliófilos con nuestro andar incansable por cuánto sitio tenga una mesa con libros amontonados y un cartel con la palabra “OFERTA” escrita en mayúsculas (que, además, lo haya encontrado en la cadena de mercados Carrefour y a un precio irrisorio —$AR 1,99— demuestra, en definitiva, que no hay sistema sin grietas en las que colarnos).

El viaje de G. Mastorna, llamado Fernet es la película nunca filmada más famosa de Fellini. La verdad es que cualquier cosa dicha por Fellini hay que tomarla con pinzas, habida cuenta de su oficio de fabulador. Pero lo cierto es que este proyecto existió; que Fellini hizo pruebas de cámara con Marcello Mastroianni en 1969 y con Paolo Villagio en 1991 (cuyas fotografías se incluyen en este volumen); y que finalmente se resignó a cederle su story-board a Milo Manara, famoso historietista italiano que antes había dibujado su Viaggio a Tulum, para que publicara el cómic que ahora estamos comentando.

Las escasas 24 páginas que ocupa El viaje, sobre 117 que tiene el libro en total, nos hablan de una idea más que de una historia. Una serie de cuadros analógicamente conectados por el autor en el que se cuenta la llegada de Mastorna —violinista, artista de circo, cómico, saltimbanqui— a un hotel de lujo y alejado, cuyo salón de fiestas hace recordar a la boite donde se enamora Cabiria, después de un viaje en avión en el que el propio personaje se cuestiona su propio rostro, un aterrizaje forzoso frente a una imponente catedral, y el recorrido del último tramo en un trineo tirado por perros de ojos blancos.

Cuando dije al principio que este era un libro quizás demasiado hermoso es porque la historia de Fellini tiene algo descuidado y grotesco que, en manos de Manara y de los editores de este volumen, pierde imprecisión y desprolijidad. Una muestra de ello tiene que ver con las mujeres que uno y otro artista dibujan. Sabemos que las del cineasta son descomunales o, como el mismo Manara admite, gigantas que nada tienen que ver con sus mujercitas. Estas mujercitas de Manara parecen modelos más cercanas a un ideal abstracto y masturbatorio de belleza que las excesivas de Fellini. Por increíble que parezca, el universo erótico de Fellini es más realista —en tanto carnal— que el de Manara. Las flacas chicas que este último dibuja sólo aparecen en la publicidad, pero las que dibuja Fellini en el story-board original tienen culo y tetas —ni glúteos ni lolas— rotundos. No llegan a ser la gorda de Amarcord, pero están cerca de la imagen que daba Claudia Cardinale cuando aparecía brevemente en 8 ½, delante de los faros del auto y con sólo un camisón encima.

Por eso la cubierta de este libro puede llamar a confusión con esa mina que parece estar en el clímax de su orgasmo. No, no es una historieta pornosoft, sino la posibilidad de ver el proceso de adaptación de una historia pensada por un artista y puesta en imágenes por otro. Además, aquí se nos brinda la ocasión de ver una amplia galería de dibujos realizados por Fellini, quien antes de filmar se dedicaba a pintar baratas reproducciones de obras famosas, y hasta un dibujo realizado por Dino Buzzati —autor de esa pesadilla siempre pospuesta que lleva por título El desierto de los tártaros y su amigo personal— basado en una visión del director italiano: trenes de varios pisos entrando a una estación tan alta y perturbadora como la capacidad onírica de este artista irrepetible.

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