Al principio fue una frase que te dejó aferrado al libro
Es quizás
el inicio de novela más famoso, citado con frecuencia incluso
por quienes nunca han abierto un ejemplar de esta obra. Así que
ofrece un buen pórtico para comenzar a elaborar la lista de los
cien mejores inicios de novela en la literatura hispanoamericana.
Sí,
pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color
que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales
carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las
piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para
lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar
aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen
de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinamos. (Según
el tablero)
En un lugar
de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo
que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua,
rocín flaco y galgo corredor.
Muchos años
después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota
en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Vine a Comala
porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro
Páramo.
Showtime! Señoras
y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros,
tengan todos ustedes. Good-evening, ladies & gentlemen. Tropicana,
el cabaret MAS fabuloso del mundo…
Por razones
obvias habré sido el primero en descubrir que este libro no solamente
no parece lo que quiere ser sino que con frecuencia parece lo que no
quiere, y así los propugnadores de la realidad en la literatura
lo van a encontrar más bien fantástico mientras que los
encaramados en la literatura de ficción deplorarán su
deliberado contubernio con la historia de nuestros días.
Quiero que
me cojan todo el día y toda la noche. Lo dijo, eso fue lo que
dijo. De regreso del baño, mirándonos a Anselmo y a mí
acostados aquí en la cama y que la mirábamos también.
Huelo a ella; todo huele a ella. Desnuda en el marco de la puerta. Alzó
los brazos y era como si quisiera borrarse por completo. Pero su cuerpo
no la dejaba.
… ¡Alumbra,
lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos
persistía el rumor de las campanadas a la oración, maldoblestar
de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre
de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra,
lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra,
alumbra, lumbre de alumbre… alumbre…, alumbre…, alumbra…,
alumbra, lumbre de alumbre… alumbra, alumbre…!
He sido cordialmente
invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado.
No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.
La mañana
del día en que lo iban a matar, Santiago Nassar… Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. (Capítulo I) / Señor
Ministro: De acuerdo con los deseos de S.S. he arreglado para la publicidad
los manuscritos de Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio por el Cónsul
de Colombia en Manaos. (Prólogo que inicia la ficción)
Me gustaría
llegar a viejo para contar todos los sueños del mundo, o no haber
nacido para contar todas las quimeras.
Bastará
decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María
Iribarne…
Con un Final
de Muerte Académica: presentación en el arte, y en la
vida, de un uso sabio de la Ausencia, equivalencia voluntaria de dulcificada
muerte.
Yo, Ceferino
Quiñónez, de edad flexible y renuente al control del almanaque,
maestro de vocación y por innata incapacidad para el respetable
ejercicio de la contabilidad y técnicas afines…
La muy puta
conducía a toda velocidad.
Hoy, en esta
isla, ha ocurrido un milagro.
- Ponga usted
la mula de doses, mi estimado poeta: a un hombre de una magnitud espiritual
como la suya no le va hacerse pendejo -dice Pioquinto Manterola sonriendo.
Años
atrás, que podían ser muchos o mezclarse con el ayer en
los escasos momentos de felicidad, ella había estado en la habitación
del hombre.
La ciencia
de la medicina fue un fantasma que habitó, toda la vida, en el
corazón de Palinuro.
La heroica
ciudad dormía la siesta…
Cuando la inteligencia
es ágil, fina sagaz, escurridiza, y puesto al lado opuesto, el
corazón yace pesado, gordo, cegato, obtuso; digo, cuando la inteligencia
sabe medio atisbar las cumbres y medio hurgar las sendas por donde se
va a las cumbres, y el corazón no ayuda, no responde, ama sólo
su lecho, sus golosinas y su comodidad, se engendra un desvalor, un
hambre oculta, un amargor guardado. He aquí el origen del desvanecimiento,
la altivez, la soberbia. Y sólo porque en ilusión e imaginando,
se sabe discernir, llega a tomarse el infecundo y fraccionario pensar
el bien, en lugar del sustancioso e integral vivir el bien, o sea el
sutil ingenio, por la iluminada, auténtica, profunda, verdadera
inteligencia.
No he querido
saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era
niña y no hacía mucho que había regresado de su
viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente
al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén
y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su
propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres
invitados.
Hace unos años
comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad
nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo,
un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana
y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa
secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad
moderna que le era extraña y hostil.
Hay muchas
maneras de contar esta historia –como muchas son las que existen
para relatar el más intrascendente episodio de la vida de cualquier
de nosotros.
Estaban presos
ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono
y mono, los dos, en su jaula, todavía sin desesperación,
sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos
pero en movimiento, atrapados por la escala zoológica como si
alguien, los demás, la humanidad, impiadosamente ya no quisiera
ocuparse de su asunto, de ese asunto de ser monos, del que por otra
parte ellos tampoco querían enterarse, monos al fin, o no sabían
ni querían, presos en cualquier sentido que se los mirara, enjaulados
dentro del cajón de altas rejas de dos pisos, dentro del traje
azul de paño y la escarapela brillante encima de la cabeza, dentro
de su ir y venir sin amaestramiento, natural, sin embargo fijo, que
no acertaba a dar el paso que pudiera hacerlos salir de la interespecie
donde se movían, caminaban, copulaban, crueles y sin memoria,
mona y mono dentro del Paraíso, idénticos, de la misma
pelambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encarcelados, jodidos.
Yo despierto…
Me despierta el contacto de ese objeto frío con el miembro. No
sabía que a veces se puede orinar involuntariamente. Permanezco
con los ojos cerrados. Las voces más cercanas no se escuchan.
Si abro los ojos, ¿podré escucharlas?... Pero los párpados
me pesan: dos plomos, cobres en la lengua, martillos en el oído,
una… una como plata oxidada en la respiración. Metálico,
todo esto. Mineral, otra vez. Orino sin saberlo. Quizás –he
estado inconsciente, recuerdo con un sobresalto- durante esas horas
comí sin saberlo. Porque apenas clareaba cuando alargué
la mano y arrojé –también sin quererlo- el teléfono
al piso y quedé boca abajo sobre el lecho, con mis brazos colgando:
un hormigueo por las venas de la muñeca. Ahora despierto, pero
no quiero abrir los ojos. Aunque no quiera: algo brilla con insistencia
cerca de mi rostro. Algo que se reproduce detrás de mis párpados
cerrados en una fuga de luces negras y círculos azules. Contraigo
los músculos de la cara, abro el ojo derecho y lo veo reflejado
en las incrustaciones de vidrio de una bolsa de mujer. Soy esto. Soy
esto. Soy este viejo con las facciones partidas por los cuadros desiguales
del vidrio.
¿Recuerdas…?
Es un hecho indudable que precisamente en el momento en que Farabeuf
cruzó el umbral de la puerta, ella, sentada al fondo del pasillo
agitó las tres monedas en el hueco de sus manos entrelazadas
y luego las dejó caer sobre la mesa.
Viajero: has
llegado a la región más transparente del aire.
El primer fantasma
apareció el día en que murió la abuela, en el hospital.
Contribuidores
a la lista: Algunos de estos inicios no pudieron ser verificados por quien hizo la recopilación. Agradecemos las correcciones que pudiesen ser necesarias. |
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