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(…)
CAMPANAS
MEMORIAL DE PONCE DE LEÓN, AGOSTO 1609: “[El sacar a éstos
moriscos de España para África] como algunos han pensado convenir,
es cosa para imaginarla ni conveniente… Porque cómo se puede dar
paso para África un número tan grande de gente ya rescibido en el
gremio de la Santa Iglesia, adoptado por el baptismo y participante de los demás
sacramentos della? ¿qué equivalencia bastaría para contrapesar
el daño de los Señores? ¿qué gente enchirá
este vacío y menoscabo? ¿qué dirá la reputación
aventurada a que se crea fuera de casa que nos obligó miedo y que no hallamos
traça para buenos medios? Y (mirando razón de estado) ¿cómo
se pueden descartar vasallos tantos, tan caudalosos, tan prácticos de nuestros
rincones, tan indignados con semejante resolución, enviándolos a
enriquecer de hacienda y fuerzas a las Provincias enemigas?”
(…)
3
SEXTA
JUANA/CLARA
La figura velada ha quedado sola en la sala. De lejos llega el sonido de la misa
cantada. Fuera el sol sigue subiendo y dentro la luz es cada vez más intensa.
La figura se va iluminando. Sólo las manos asoman bajo el velo y pareciera
que iban a moverse en cualquier momento. Entra JUANA decidida a aceptar su suerte.
Cruza la escena para dejar sobre el arcón el hábito que le ha dado
PRUDENCIA. Por primera vez su mirada cae sobre la imagen velada.
JUANA: Buenos días, hermana.
Las palabras de JUANA sorprenden a la virgen en
su rigidez. Reacciona con esfuerzo curvando levísimamente su tronco.
JUANA: ¿Me ha oído?
Por segunda vez el reconocimiento de JUANA, y lucha
para que por fin ella también identifique su inequívoca reverencia.
JUANA: ¿Nos conocemos?
CLARA: Mi nombre es Clara y estoy a su servicio.
JUANA: Encantada, hermana. Nadie me ha comentado que tendría compañía,
pero, créame que me alegra sobremanera contar con una ayudante. Nunca falta
trabajo y es difícil encargarse de una imagen una sola. Supongo que esto
habrá sido cosa de Prudencia, ella es muy cuidada para estos detalles.
No, no me lo diga, si no me lo ha querido decir ella déjeme con la duda.
¿Sabe algo de escultura?
CLARA: Mi padre era entallador.
JUANA: Un oficio extraordinario; trabajar la madera en su estado más puro.
Tal vez lo conozca.
CLARA: No creo.
JUANA: ¿Carpintero en la corte? Pruebe. Como quiera, no es importante.
Me parece un error juzgar a las personas por su árbol genealógico.
¿No estaría más cómoda sin el velo? Si va a trabajar
para mí pasaremos muchas horas entre astillas y el velo puede molestarle.
Usted no habla mucho, ¿verdad? Se nota que le cuesta pronunciar. Está
bien, no me molesta, que no hable, quiero decir, el velo es otra cosa. Usted ya
estará acostumbrada a llevarlo pero aún así no parece muy
adecuado para el trabajo. Aquí hay poca luz y no me gustaría que
forzara la vista. Desvélese, por favor, estamos en confianza.
CLARA: Veo bien, no se preocupe.
JUANA: El serrín la molestará, le entrará por debajo de la
tela y no podrá alejarlo de su boca. Además aquí hay tanto
polvo. Sea razonable, Sor Clara, es difícil mirar a una mujer cubierta.
No quiero que piense que no respeto su intimidad. Entiendo que entró en
el convento y salió del mundo. Yo acabo de llegar y no profeso. Sé
que las mujeres del Señor sólo se deben a su Esposo, le pido únicamente
que lo piense un momento. Al fin y al cabo yo también estoy dentro de los
muros. Se podría decir que nos ha unido la providencia. Su Esposo no tiene
que sentirse ofendido por mi mirada. Perdóneme, no sé lo que digo.
Vamos a pasar muchas horas juntas como para que hablemos con las frases de los
capellanes, ¿no cree? Descúbrase, por favor, déjeme ver quien
es.
CLARA: Soy su sirvienta.
JUANA: Está bien, como quieras, ¿puedo tutearte?
CLARA: Sí.
JUANA: El tuteo sí y el velo no. No lo entiendo. Nos acercamos en el lenguaje
y dejamos la barrera de lino colgar desde la nuca. ¿No le parece algo particular?
(JUANA saca unos pliegos del arcón). Claro que
son cosas diferentes, sólo los poetas ven con el entendimiento. Los poetas
saben estimular los sentidos en las palabras. Pero nosotras no, yo, al menos,
no. No te quedes parada, esto está lleno de polvo. (CLARA limpia
el polvo de la mesa y JUANA extiende los pliegos).
Ni siquiera los ciegos ven a través de frases sino con sus manos. ¿Sabes
por qué esculpo en vez de limitarme a pintar sobre estos pliegos? Porque
cuando me fallen los ojos aún tendré mis manos para acariciar la
madera moldeada. Podría verte con las manos. ¿Dejarás que
te toque? (Va hacia CLARA con las manos
extendidas. CLARA se retira inmediátamente.
JUANA ríe). Lo suponía. Anda, corre, ve
a buscarme carbones, no voy a pintar con saliva.
CLARA se retira al fondo.
JUANA aprovecha para cambiarse de ropa. Se desprende de su incómodo traje
cortesano y deja caer sobre su cuerpo el hábito que le había dado
PRUDENCIA. Se mira y se palpa compadecida de su nueva facha. Abre su arcón
y sobre el hábito se pone un guardapolvo ya viejo que huele a serrín
y a trabajo.
PRUDENCIA: (Desde fuera)
¡Juana! Sal y ayúdame con esto.
JUANA sale. Al rato vuelven
a entrar las dos mujeres. PRUDENCIA arrastra una carretilla llena de madera y
JUANA carga un gran bloque del mismo material que deja con entusiasmo sobre la
media columna de piedra de manera que la madera adquiere su misma altura. Contempla
el trozo y aspira profundamente.
JUANA: No hay olor comparable a la madera.
PRUDENCIA: La Marquesa dice que con esto tendrás suficiente para la primera
escultura, la suya, claro. Que cuando la hayas terminado enviará más
madera para la nuestra.
JUANA: ¿Ha vuelto?
PRUDENCIA: No, dejó recado con el chico que ha traído las piezas.
Me voy, las dos tenemos trabajo.
JUANA está borracha de madera y apenas presta
atención a las últimas palabras de PRUDENCIA. Acaricia la pieza
más grande con las palmas de las manos extendidas sobre la superficie hasta
que no puede contenerse y abraza la madera que le atraviesa el pecho. CLARA se
aproxima con los carbones en la mano.
JUANA: Mira qué maravilla. Son trozos
de pino.
Coge un bloque de la carretilla. Lo huele.
CLARA: Pino albar.
JUANA: Así que es cierto. La mujer sin rostro entiende de madera. ¿Y
qué más sabes?
CLARA: Fue talado en buena luna. Diría que es pino de Soria.
JUANA: Te sigo.
CLARA: No todos los bloques pertenecen al mismo árbol. Estos tres no te
valdrán.
JUANA: Déjame ver. Éste es todo corteza, se deformará antes
de que empiece a tallarlo. Sepáralos. Puede que haya sido tu padre quien
haya encolado estos bloques.
CLARA: No lo creo. Al menos, no todos, pertenecen a diferentes talleres.
JUANA: ¿Qué dices?
CLARA: Lo digo por las vetas; hay algunos tableros en los que se oponen y en otros
guardan la misma dirección.
La monja acerca a la escultora dos trozos rectangulares,
cada uno en una mano. JUANA coge los pedazos, los examina y se va dejando vencer
por su peso. Le falta el aire, acelera la respiración y, sin dejar de mirar
la madera, se contiene y aguanta el llanto.
JUANA: Es verdad. Si se hubieran preparado
a propósito para esta pieza el taller habría mantenido un solo criterio.
Maravilloso. Mi madera convertida en despojos. ¿Qué significan estos
restos? Míralos, tan desamparados como yo misma, que encerrada no soy más
que el sobrante de mi vida. Me alegro de que estés aquí, te necesito
como testigo. ¿Me escuchas desde ahí dentro?
CLARA asiente.
JUANA: Acabo de entender que he envejecido.
Alcancé la plenitud a través de una gubia dirigida por mis ojos
y mis manos. Pero ahora sólo me quedan los pedazos. Esto es lo que significa
envejecer. En mi caso ha sido repentino. Me han traído la vejez sobre una
carretilla. ¿No me encuentras más anciana? (CLARA
niega). ¿Cuántos años tienes?
CLARA: No lo sé, pero no me siento vieja.
JUANA: ¿Cuánto tiempo llevas dentro del convento?
CLARA: Sólo recuerdo el convento.
JUANA: ¿Qué vas a saber entonces? Dentro de los muros no se envejece
igual, podrías tener de 15 a 100 años. Aquí el tiempo pasa
de lado. Debajo de tu velo eres como una madera barnizada. Yo, sin embargo, estoy
acostumbrada a ser corteza. Toda mi vida me he encogido y ensanchado a merced
del tiempo. Y cuando por fin toqué la dureza incontestable la fijé
en una tabla, la hicieron leña y me encerraron. Así se resume mi
vida. Todos aquellos pasos que me llenaban como vasos de savia rebosantes se han
vertido. Todas mis aspiraciones suenan tan ridículas que me da vergüenza
confesarlas, mis esculturas en palacio, los requerimientos que me han hecho desde
Italia. Juana de la Vega, la primera imaginera del Reino. Patética en su
presente. Soy muy consciente, pero… ¿qué más da? Hay
que seguir, yo quiero seguir. No es el momento de encerrarme, lo que el cuerpo
me pide es tierra y sol.
JUANA se toma su tiempo y
vuelve a contemplar los bloques de madera prestada sobre la carreta.
JUANA: Estos pedazos son hijos de la prisa
por quitarme de encima. ¿Tanto miedo hay? ¿Tanta urgencia de que
reponga la obra corrupta y firme mi sentencia de enterramiento? Fuga mundi. No
estoy preparada. Llevo el mundo tatuado en la cara, lo ha dicho Prudencia. ¿Parezco
peligrosa? Me equivoqué de cara pero sigo teniendo a Dios en los dedos.
Pregúntale a mis obras. Eso no lo puede cambiar una confusión. ¿Me
entiendes? Sufro.
CLARA quiere acercarse a consolarla pero sólo
llega torpemente a tocarla con los brazos extendidos marcando la distancia.
JUANA: Debería aceptar mi destino sin
más, pero me asusta esta quietud. Los muros, tu velo, mi recogimiento.
Todavía no. La Marquesa tiene que entender. Entenderá cuando vea
la nueva talla que no debe encerrarme. Me prometió que me llevaría
a Italia. Después de este trabajo me llevará a Italia. Soy la más
fiel de sus sirvientes. No dejará que me quede aquí, debo salir
extramuros para saborear el viento, y que me llueva agua en vez de polvo.
JUANA arroja los trozos de madera y corre a respirar
por la ventana.
CLARA: La madera es buena. Son pinos de la
mejor calidad.
Pausa.
JUANA: Clara, agradezco tu preocupación,
se nota que eres buena. Te voy a contar un secreto, de tanto en tanto necesito
gritar. Me tranquiliza. Voy a esculpir lo que me manden donde me manden. Así
ha sido siempre, esculpiría aunque tuviera que hacerlo sobre los muebles.
No sé hacer otra cosa más que esculpir. Bien pensado es indiferente
que la madera se haya preparado para mi o no; ni con la mejor madera del mundo
se puede repetir lo sublime. Nunca volveré a tallar una imagen perfecta.
Ya tuve esa gracia.
CLARA: La recuerdo.
JUANA: ¿Es posible?
CLARA asiente.
JUANA: No debería sorprenderme. Esa
imagen estaba destinada a amar lo humano y lo divino de cada ser. Si te hubieras
acercado lo suficiente es posible que sus brazos te hubieran abrazado y ya no
habrías querido separarte del sosiego de su compañía.
CLARA: La recuerdo bien. Podrías tallar otra con estos trozos. Rezaré
para que Dios te guíe.
JUANA: Reza cuanto quieras pero no será lo mismo.
CLARA: Te ayudaré.
JUANA: ¿Tú? La hija de un carpintero va a ayudarme. Déjame
ver tu rostro.
CLARA: No.
JUANA: Vamos. Somos compañeras en una celda. ¿Qué secreto
oculta tu rostro para que construyas otra? Quizá, si me lo cuentas, encuentres
en mí una buena confidente. ¿Qué ocultas?
CLARA: Nada.
JUANA: No seas así. Yo he vertido mi alma aquí mismo. Puedes confiar
en mí. Prefiero un rostro sucio a uno vacío.
CLARA: No sé de qué hablas.
JUANA: Seguro que tu rostro no es tan horrible. A todo me acostumbro.
CLARA: ¿Por qué no te acostumbras a mi velo?
JUANA: Porque tu velo es una negación.
CLARA: Y tú no puedes aceptar un no.
JUANA: Quiero que seamos amigas.
CLARA: Mi velo no lo impide.
JUANA: Esa barrera lo impide todo.
CLARA: Tenemos diferentes formas de entender la amistad.
JUANA: No hay amistad con secretos.
CLARA: Esto no es un secreto, es una diferencia. Tú tienes cara, y yo no.
JUANA: Tú sí tienes cara pero no me la enseñas.
CLARA: Hay muchas partes de mi cuerpo que tampoco enseño.
JUANA: No es lo mismo.
CLARA: ¿Por qué no?
JUANA: Porque la cara nos identifica, las rodillas no. Sólo hay tres partes
de nuestro cuerpo terreno que nos hablan: la cara, las manos y los pies. De estas
tres la más importante es la primera. Si me ocultas tu rostro sólo
hay dos posibilidades: dudas de ti, o dudas de mí. ¿Cuál
es tu caso?
CLARA: No te entiendo.
JUANA: No es tan difícil. ¿Te avergüenzas de ti o me consideras
indigna de mirarte?
CLARA: No se trata de eso.
JUANA: Por supuesto que se trata de eso, se trata de mirar; de tu mirada, de la
mía, de su encuentro. ¿Me miras? ¿Me ves? ¿Me reconoces?
CLARA: Te veo.
JUANA: Eso no sirve, Clara, las palabras son como los insectos, hay muchos, molestan,
pero vuelan. Mírame a los ojos.
CLARA: Te estoy mirando, te miro. (JUANA se va acercando a ella
con los ojos clavados en donde deberían estar los ojos de CLARA)
No te acerques más.
Silencio.
CLARA: Un rostro no es más que un rostro.
JUANA: Si me dejaras ver tu cara sabría en un minuto más de lo que
pueda saber aquí encerrada contigo en un mes. ¿Sonríes? ¿Lloras?
¿Qué pasa por ahí debajo?
CLARA: Nada importante.
JUANA: Al contrario, pasa todo lo importante. La cara es el reflejo del alma.
CLARA: No es cierto.
JUANA: ¿Qué dices?
CLARA: Que los rasgos enseñan tanto como engañan.
(…)