Cristales blandos (o un cine de las formas provisorias) Marcos Vieytes |
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Hay un librito de Levrero que está bárbaro. Se llama El discurso vacío y trata sobre la discontinua terapia grafológica emprendida por el autor uruguayo recientemente fallecido. Estructurado como un diario, se divide a su vez en dos partes: los ejercicios y las derivas, esta última compuesta por aquellos fragmentos en los que el discurso se torna contenidista, narrativa o filosóficamente hablando, para disgusto del propio autor. Pero unos y otros textos atraviesan la cotidianeidad con una ligereza y fluidez del todo placenteras. El título alude a esa instancia imposible en las que las palabras sólo serían pura forma, trazo puro sin ideas ni significados, pura materialidad del instante. Hay una frase de Rilke que Levrero cita en su librito en la que se nos dice, palabras más palabras menos, que la realidad llega a nosotros por intermedio de la paciencia. Vale decir que hay un tiempo en el que se nos revela (aunque esto implica la idea de otro que nos concede y aquí no estamos hablando de nada directamente sobrenatural) la presencia del mundo y de nosotros mismo en el diario fluir de los acontecimientos, incluso triviales, de cada día. Millenium mambo, de Hou Hsiao Hsien, organiza el plano para que nuestra mirada se abra a la presencia del presente que atraviesa cuerpos y objetos propios y ajenos, mientras da forma a la vez que vulnera todo ese incesante movimiento que llamamos realidad. Hay una secuencia nocturna de Millenium mambo en la que Shu Qi, que está bárbara porque es hermosa pero sobre todo porque es joven, viaja desde Taiwán hacia Japón y en Yurari, la pequeña ciudad donde vive un chico que pasa música en la disco a donde ella suele ir con su novio, juega con la nieve, se ríe, se zambulle, hunde su cara en ella. Entonces la cámara, valiéndose de la claridad extraña que emana del alumbrado público, filma la huella difusa que el rostro de Shu Qi dejó en la nieve: apenas una concavidad de contornos tenuemente definidos (¿quebradizos?), el primer plano de una máscara. Entonces sabemos que Hou Hsiao Hsien no hace películas, talla cristales blandos. Hay un fragmento, casi al final del librito de Levrero, en el que podemos leer lo siguiente: “Hay una forma de dejarse llevar para poder encontrarse en el momento justo en el lugar justo, y este dejarse llevar es la manera de ser el protagonista de las propias acciones”. Dedicarse a mirar es otra de esas maneras, o hacer ver a otros lo que de singular tiene todo instante: la disposición de los objetos, el sonido de unas cortinas, la repetida ceremonia de encender los cigarrillos, el facetado calidoscopio en el que puede transformarse la luz de una bombita eléctrica. Hay una voz que anuncia el contenido de las imágenes en Millenium mambo. Dice, por ejemplo: “El novio de Shu Qi revisaba la cuenta de su celular para saber con quién hablaba” y más tarde las imágenes muestran al novio de Shu Qi increpándola a propósito de una llamada, pero resulta que lo dicho y lo hecho son y no son la misma cosa, como una rima que se sirviera de su morosa simetría para vincular sustantivos heterogéneos, desbaratar lugares comunes y montar espejos no demasiado escrupulosos con la imagen original. Hay una voz que anuncia el contenido de algunas de las imágenes de Millenium mambo, y esa voz es la de Shu Qi, quien habla siempre de sí misma en tercera persona, como si el contenido y el emisor del relato importaran menos que las inflexiones de la voz que relata.
Hay toda una corriente del cine contemporáneo (hablo de Kiarostami, Costa, Serra, Weerasethakul, Kawase, por citar algunos, pero también de los rastros de esa dilatación temporal que se perciben a la hora de filmar y reformular el cine de género en gente como Wong Kar Wai, Johhnie To o Michael Mann) que hace del transcuros no pautado utilitariamente su materia prima. Dice por ahí Félix de Asúa que ese tiempo distinto es uno que no se apoya en el pasado ni se dirige a ningún futuro: es el punto temporal cercenado de su continuo, la instantánea, lo fugitivo, lo contingente, lo transitorio, lo impresentable (por imposible de representar, pero también por imposible de vender a la mirada masiva). Entonces, cine de lo efímero no exaltado románticamente, cine refractario al contenido, cine-chicle globo que jamás explota, cine del presente imperfecto. Porque el presente perfecto es aquel que ni siquiera delata su presencia, y este es un cine que se concentra casi exclusivamente en su paso –en la oquedad de sus huellas, en la opacidad de su sentido- para transfigurarlo sutil pero generosamente.
Millenium mambo (Qianxi manbo), Taixan/Francia, 2001, ‘119. Dirección: Hou Hsiao Hsien. Guión: Chu T'ien-wen. Producción: Chu T'ien-wen y Eric Heumann. Música: Yoshihiro Hanno, Lim Giong. Fotografía: Lee Pin Bing. Montaje: Liao Ching Song. Dir. de arte: James David Goldmark. Intérpretes: Shi Qi, Jack Kao, Tuan Chun Hao, Chen Yi Hsuan, Takeuchi Jun, Pauline Chan. |
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