Reconocido
ya como un famoso escritor, Manuel Puig nunca ocultó su pasión por
el cine ni su antiguo sueño de ser director cinematográfico. En
su casa, en vez de una biblioteca, los amigos podían ver una inmensa videoteca
que él les mostraba con orgullo, por eso muchos lo consideraron como un
escritor que vivió fuera de la literatura. Leopoldo Torre Nilsson, por
su parte, en el momento más brillante de su carrera y aclamado como uno
de los más grandes cineastas argentinos, confiesa ser un escritor frustrado.
Fue el éxito de Boquitas pintadas (1974) lo
que decidió a Torre Nilsson a enterrar definitivamente su sueño
juvenil de ser un escritor y a afirmarse públicamente como un director
cinematográfico, así declara para sí mismo y para los demás,
como ante un tribunal de justicia, el 20 de junio de 1974 en Gente: “Aquí,
en Buenos Aires, el 16 de junio de 1974, a las diez y treinta de la mañana,
al mes y diez días de haber cumplido cincuenta años (…) me
digo a mí mismo que definitivamente soy un hacedor de imágenes,
de películas, no el escritor o poeta que quise ser y que aún esporádicamente
invoco. (1)”
Del mismo modo que la carrera literaria de Manuel Puig se vio signada por el cine,
la carrera cinematográfica de Leopoldo Torre Nilsson —autor de libros
de poesía, cuento y novela— fue marcada por la literatura. Al igual
que Puig comienza a trabajar la palabra como un modo de ganarse la vida después
de ver frustrada su carrera cinematográfica (2) , Torre Nilsson, que se
inicia en el cine como ayudante de dirección de su padre, se convierte
en un trabajador de la imagen porque fue el cine lo que le permitió subsistir
económicamente (3). Si Puig comienza su primera novela a partir de un guión,
Torre Nilsson realiza su primera película basándose en uno de sus
cuentos.
Otras
muchas versiones cinematográficas de obras literarias realizó Torre
Nilsson (4), quien mantuvo una intensa colaboración creativa con su esposa,
la escritora Beatriz Guido, pero Boquitas pintadas
fue la consagración de su carrera cinematográfica. Invitada al festival
de San Sebastián en 1974, la película obtuvo la Concha de Plata,
que es el Premio Especial del Gran Jurado, la Palma de Oro de los Escritores de
San Sebastián y el Premio de los Escritores Cinematográficos de
España. Puig no se mostró muy conforme con la versión cinematográfica
de su historia, como tampoco le gustó la adaptación que realizaría
Héctor Babenco sobre El beso de la mujer araña
ni la que Raúl de la Torre escribió —junto con él—
de Pubis angelical. Es muy frecuente que un escritor
y hasta un público lector rechacen las imágenes que se crean a partir
de textos literarios por ver su imaginación enfrentada a la del director,
pero la película de Torre Nilsson es, en mí criterio, la mejor adaptación
cinematográfica que se ha hecho a la obra literaria de Manuel Puig, quien,
años después, reflexionando acerca de las versiones fílmicas
de su obra, sugiere tener una mayor conformidad con la versión de Torre
Nilsson: “detesto (…) Pubis angelical,
no me hablen de eso. Pero Boquitas pintadas algo
me interesa, ya después les cuento. De El beso de
la mujer araña me gusta su éxito, no me gusta la película”
(5).
Desde mediados de la década del cincuenta se vislumbra un florecimiento
de la literatura y del cine argentinos y las relaciones entre los dos artes se
hacen cada vez más frecuentes y fecundas, bastaría mencionar nombres
como David Viñas, Beatriz Guido, Julio Cortázar, Manuel Antín,
Juan José Saer, Nicolás Sarquís y Jorge Luis Borges. Ya en
la década del setenta Leopoldo Torre Nilsson y Manuel Puig son considerados
entre los más prestigiosos nombres de la cinematografía y las letras
de su país. El éxito de Boquitas pintadas,
tanto el libro como la película, había contribuido mucho a este
reconocimiento.
La
trama de Boquitas pintadas se desarrolla a partir
de que Nené, mujer ya casada y con dos hijos, recibe la noticia de la muerte
de su antiguo novio. Luego, se va construyendo la historia de Juan Carlos —el
novio de Nené que muere de tuberculosis en Cosquín dejando tras
de sí una estela de amoríos— a la vez que la de otros personajes
protagonistas del relato, que tiene por escenario principal un pueblo de provincias
argentino de los años 30. El leitmotiv de toda la obra es la nostalgia
por el amor pasado. Tanto la película como el libro muestran un retrato
realista y paródico de la hipocresía pueblerina que alberga un mundo
de represión sexual, de amores difíciles y frustrados, odio, mentira,
envidia, pasión y violencia.
Boquitas pintadas, una de las más famosas
novelas de Manuel Puig, editada en 1969, fue escrita en forma de entregas diarias
para Primera Plana pero luego fue rechazada y el escritor la reescribió
y publicó por su cuenta, “Torre Nilsson compró un ejemplar
cuando uno de sus hijos se había operado y, aunque él ya la conocía,
la leyó nuevamente y previó que tenía una gran película
entre manos” (6). En 1970 Torre Nilsson pide a Puig que adapte la novela
para el cine y será en 1973 que Puig acepta escribir el guión para
la película junto a Torre Nilsson. De esta forma la novela llega al gran
público en su versión cinematográfica en 1974.
El
relato visual que logra Torre Nilsson con su película es casi exacto al
que podemos ver cuando leemos el texto. Ver la película es como volver
a leer el libro, lo que es lo mismo que decir que el libro se puede ‘ver’
como la película. Es como si el libro se resistiera a ser leído
porque quiere ser visto y la película nos devolviera con su coherencia
en el ordenamiento del relato cierta cualidad o condición literaria que
el libro rechaza. Torre Nilsson desmonta la textura cinemática del texto
de Puig haciendo un discurso más literario que la propia novela. Él
es consciente de que reescribe la novela en imágenes: “Estoy convencido
—declaraba al diario La Opinión cinco meses después
del estreno de la película— de que es una versión fiel del
libro y no una adaptación”, y continua explicando: “…una
ventaja por demás obvia es que Boquitas pintadas
es un libro más ‘visto’ que ‘pensado’ (…)
Se trata, en suma, de una literatura influida por el cine, que en este caso particular
exigirá, además, un gran rigor narrativo y extrema precisión
documental” (7). Con este rigor narrativo que se propone, Torre Nilsson
traduce las imágenes del libro a un lenguaje que no por ser cinematográfico
resulta menos literario que el texto de la novela. En este caso estamos en presencia
de una relación muy singular entre una “literatura cinematográfica”
y un “cine literario”, entre una literatura para ‘ver’
y un cine para ‘leer’, entre un escritor que quiso ser un director
cinematográfico y un director cinematográfico que quiso ser escritor.
En
su interés de fidelidad a la novela Torre Nilsson privilegia más
que las exigencias del lenguaje fílmico narrativo, un lenguaje propiamente
cinematográfico en relación al literario. La película no
remite a la obra literaria sino que nos hace releerla a partir de la palabra reinventada
en imagen. Es de esta forma que puede reproducir monólogos interiores de
los personajes y otros microtextos que conforman el macrotexto de la novela: letras
de canciones, cartas, artículos de periódicos, informes y relatos
policiales, etc.
El tiempo, el espacio y la trama del libro son conmutados al lenguaje cinematográfico
con una reescritura de la estructura del relato que no olvida prácticamente
ningún detalle. En la película se reproducen los fragmentos de discursos
epistolares, legales y musicales con tal coherencia que podemos ver la novela
como un texto donde se ha trazado en forma de apuntes una posible película.
Si Torre Nilsson no hubiera tenido que realizar todo este trabajo de reescritura
y montaje a partir del cuerpo polifónico y lúdico del texto de Puig
—un texto que más que usar el cine como modelo ideal a veces quiere
competir con él ensayando sus propias técnicas—, (8) pudiéramos
considerar esta obra simplemente como un paradigma de un cine literario que rinde
pleitesía a la literatura y cuida en cada fotograma de no traicionar ese
otro discurso que considera más elevado que la mera imagen cinematográfica.
Pero la película de Torre Nilsson se concibe como una narración
novelística que asimila los múltiples puntos de vista del relato,
sus temas y subtemas, los personajes y descripciones, teniendo que desentrañar
la maraña compositiva del texto que se construye como un desafío
al mismo discurso cinematográfico.
Puig
descubre que quiere escribir cuando comienza su primera novela, “accidentalmente”,
a partir de un guión: “(…) me puse a escribir un guión
que inevitablemente se volvió novela (…) (9) Yo no decidí
pasar del cine a la novela.” Esto explica claramente el carácter
polimorfo de sus textos y la lectura cinematográfica que podemos hacer
de ellos. La novela de Puig está concebida, además, en una estética
que se articula en los límites entre la novela rosa, el melodrama, el policial,
y entre el camp (10) y la parodia; carece de un narrador, la voz autoral
se descentra en los múltiples fragmentos y las voces que desbordan en ellos.
En Boquitas pintadas se combinan distintos niveles
de habla, lenguajes de medios masivos como el cine, la televisión, la radio
y la música popular, pero con una preferencia del cine, que marca la obra
entera de Puig, él —como afirma Piglia— “supo encontrar
en el cine el modelo mismo de su imaginario” (11). Su estilo aprovecha técnicas
específicas del discurso cinematográfico como el montaje, que se
traduce en el fragmento o pastiche, el dinamismo y la velocidad del relato, el
desarrollo de la intriga, el hecho de “presentar la figura y su ambiente
físico en vez de concentrase en la conciencia del individuo” (12).
Hollywood no solo está en sus novelas “con la seducción de
sus atmósferas y sus formas narrativas sino también con sus stars,
estereotipos que modelan la experiencia femenina y definen sus objetos de deseo”
(13).
El
cine está siempre presente también en la vida de los personajes
de Puig, quienes, a veces, viven más intensamente la ficción que
su realidad. En Boquitas pintadas, los personajes
recuerdan películas de cine, leen la cartelera del cine y, para Nené,
no hay mejor distracción en su luna de miel que ir al cine. En un momento
de descanso de su trabajo como doméstica, Raba piensa en la película
que vio el viernes pasado en la que un estudiante de abogacía se enamora
de una doméstica. Nené no quiere ver las películas “trágicas”
que gustan a su esposo porque dice que para eso está el mundo. Raba recuerda
fragmentos de tangos mientras imagina su vida con Pancho y el hijo, porque la
música en los textos de Puig tiene una función muy parecida a la
que tiene en el cine, un papel complementario que ambienta los acontecimientos,
además de servir, al igual que las radionovelas, como mundo imaginario
contra el que se confronta la experiencia de los personajes. Cuando se encuentran,
después de mucho tiempo, Nené y Mabel escuchan juntas una novela
radial romántica en vez de contarse sus vidas. Todos parecen vivir sumergidos
en una segunda realidad conformada por el tango, el bolero, la radionovela y,
sobre todo, el cine, una “realidad paralela” que sirvió de
refugio también al escritor en su niñez y adolescencia. (14) Puig
realiza un cuidadoso montaje de todos estos discursos en un relato donde no existe
la voz de un autor, cada personaje y cada realidad se expresan por sí mismos
como en el cine y el teatro.
Con
esta y otras de sus novelas Puig explora el mundo femenino, presente también
en películas de Torre Nilsson como Graciela (1955) y La
casa del ángel (1954). En Boquitas pintadas,
tanto en el libro como en el largometraje, hay un subtexto que denuncia el poder
patriarcal a la vez que se manifiesta un interés por explorar la subjetividad
femenina. A partir de las cartas, que estructuran gran parte de la narración
literaria y cinematográfica, podemos escuchar casi siempre la voz de la
mujer, víctima del engaño y el egoísmo de los hombres. El
personaje de Raba es el más claro ejemplo de la mujer explotada económica
y sexualmente por la sociedad machista, a través de ella se denuncia la
actitud insensible de una sociedad falocéntrica hacia los sentimientos
y el cuerpo de la mujer.
Para Manuel Puig escribir
novelas era un ejercicio analítico, un intento de reconstruir la realidad
para comprenderla, mientras que el mejor cine, pensaba, realiza un ejercicio de
síntesis y se ocupa mejor de lo fantástico, proyectándose
como sueños a un nivel metafórico. (15) Esta diferenciación
que establece Puig entre cine y literatura, causa de su frustración al
ver sus obras trasladadas al celuloide, no impide, sin embargo, que un director
como Torre Nilsson pueda “traducir” al lenguaje sintético del
cinematógrafo una parte importante de la riqueza de su texto. Otros elementos
del estilo de Puig no logran trasladarse, al menos al mismo nivel en que funcionan
en la novela, a ninguna de las “versiones” o “adaptaciones”
cinematográficas que tuvieron sus libros. Me refiero a la perspectiva autorreflexiva,
irónica, sarcástica y grotesca que caracteriza a su narración
camp, que se legitima a la vez que se ríe de sí misma.
(16) Pero el realismo al que aspiraba Puig y que se asocia siempre a su literatura
se expresa muy bien en la película de Torre Nilsson, donde la ambientación,
el vestuario, la música y las actuaciones logran una imagen cinematográfica
fiel al relato, al mismo tiempo que acierta a traducir —hasta donde le permite
la imagen— la riqueza y variedad compositiva de la novela.
En
su película, Torre Nilsson reproduce monólogos interiores que Puig
intercala en el diálogo de algunos personajes, como el de Pancho y Nélida
en el patio de la casa de ésta y el de Celina y la viuda di Carlo, amante
de Juan Carlos. Los álbumes de fotos o las fotos aisladas que describe
Puig son puestos por Torre Nilsson ante nuestra mirada con la exactitud que narra
el texto. El final de la novela, que no podía ser más cinematográfico
—las cartas de amor que se escribieron Juan Carlos y Nené son devoradas
por las llamas mientras dejan ver algunas frases—, es una de las muchas
partes del relato que parecen ser concebidas para ser vistas en una pantalla y
no para ser leídas en un libro. Lo mismo podemos decir de la parte en que
Mabel se confiesa con el cura antes de casarse, en ambos fragmentos del texto
los espacios de silencios se ajustan más a una narración visual
que literaria. Los sueños de los personajes, sus diálogos y acciones,
y las descripciones de ambientes que hace Puig, a veces como si tuviera una cámara
cinematográfica en la mano y otras como si realizara apuntes para un guión
de cine, son devueltos por Torre Nilsson con una coherencia y un lirismo más
cercanos a la literatura. La belleza y el realismo de los encuadres, la pureza
del lenguaje, el vigor de la narración fílmica, la profundidad psicológica
de los personajes y las excelentes interpretaciones que consiguió de los
actores, fueron algunos de los elementos que determinaron que este largometraje
fuera uno de los mejores que el director había realizado hasta el momento.
El
cine de Torre Nilsson significó para la cinematografía latinoamericana
lo mismo que las novelas de Puig para la literatura. También Torre Nilsson
inaugura un nuevo lenguaje que tuvo que luchar contra la censura y la incomprensión
de muchos de sus contemporáneos. Su arte, como el de Puig, cuestionó
siempre la realidad de su país para develar las claves de la sociedad argentina
de su tiempo. Torre Nilsson fue considerado por la crítica especializada
como el primer autor del cine argentino, según el concepto de autor desarrollado
por críticos franceses, con Truffaut a la cabeza, que se adjudica a un
realizador con un universo estético e ideológico propio. Su cine
inauguró un estilo narrativo que renovó el relato cinematográfico
y dio comienzo a un nuevo cine. También Puig inventa una forma de narrar
que lo convierten en uno de los escritores más originales de la literatura
moderna. Si Puig se propone “una nueva forma de literatura popular”,
la obra de Torre Nilsson marca el resurgimiento de un cine intelectual cuya intelectualización
no provendrá sólo del mundo de las letras sino de la formación
y las preocupaciones sociales e ideológicas de su realizador, inquietudes
sociales e ideológicas que Puig también compartía. La hipocresía,
el puritanismo, la religión, la sexualidad reprimida son temas que marcan
la obra de ambos.
A
través del musical, el teatro y, sobre todo, el cine, la obra literaria
de Puig llega al gran público en todo el mundo. Manuel Puig vuelve una
y otra vez al cine, en su madurez se dedica cada vez más a proyectos de
cine y de teatro. Del mismo modo que su literatura nació de su seducción
por el cine, el cine luego se deja seducir por sus novelas. Torre Nilsson, por
su parte, realiza una carrera cinematográfica que no se puede considerar
sin tener en cuenta el universo lírico y novelesco que registra su imagen.
Ambos creadores vivieron entre el cine y la literatura y sus obras dan testimonio
de una relación muy singular entre las dos artes, de la fascinación
del cine por la literatura y de la literatura por el cine.
(1) Citado en El gran Babsy (Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1993, p. 242), biografía novelada de Leopoldo
Torre Nilsson escrita por Mónica Martin.
(2) Puig declara en una entrevista a María Ester Gillio: “Yo quería
hacer cine. Hacía guiones con temas muy escapistas en general que además,
copiaban películas de Hollywood, y que, además, no gustaban a nadie
(…) Estaba por cumplir treinta años y tenía que resolver mi
situación económica. Vivía en Roma y estaba cansado de lo
que hacía (…) Yo tenía un buen manejo del lenguaje porque
mi trabajo consistía en hacer traducciones de subtítulos para cine.
Confiaba en que podía escribir y vender”. Manuel
Puig a diez años de su muerte, en: sololiteratura.com
(3) “(…) al cine se lo debo todo; desde mi infancia sólo he
vivido de él, pagó mi alimento, mis obligaciones, mis placeres;
el cine fue el único modus vivendi de mi padre, y yo en toda mi
vida no he ganado un centavo que no viniera de él”, El
gran Babsy, ed. cit., p. 242.
(4) La guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares,
Los siete locos de Roberto Arlt, Martín
Fierro, de José Hernández, entre otras muchas.
(5)Declara en un diálogo con críticos, escritores y público
interesado en su obra, recogido en: Manuel Puig, Ediciones de
Cultura Hispánica, Madrid, 1991. p. 89.
(6) El gran Babsy, ed. cit., p. 236.
(7) Citado en El gran Babsy, ed. cit., p. 243.
(8) “el cine ya no es un modelo, sino un fascinante mundo ideal con el cual
la escritura quiere competir, usando sus propias técnicas, sus particulares
embrujos que no son los del cine”. Palabras de Milagros Ezquerro en el texto
que reproduce el coloquio entre Manuel Puig y otros escritores y estudiosos de
su obra, recogido en: Manuel Puig, ed. cit., p. 52.
(9) Manuel Puig: Recuerdo de Tijuana, Seix Barral,
Barcelona, 1985, p. 10.
(10) Adoptamos el concepto de arte camp como la versión irónica
y crítica del kitsch.
(11) ídem.
(12) Alfred Mac Adam, “Las crónicas de Manuel Puig”, en Cuadernos
hispanoamericanos, Madrid, No 274, 1973.
(13) Graciela Speranza: “Relaciones peligrosas: modernidad y cultura de
masas (Del pop art a Manuel Puig)”, en Encuentro Internacional
Manuel Puig, Beatriz Viterbo Editora, 1998, p. 134.
(14) Manuel Puig escribe en el prólogo de Recuerdo
de Tijuana (ed. cit., p. 7): “Mi instinto de supervivencia me llevó
a inventar que existía sí otro punto de referencia, y muy cercano,
en la pantalla del cine del pueblo se proyectaba una realidad paralela. ¿Realidad?
Durante muchos años así lo creí. Una realidad que yo estaba
seguro existía fuera del pueblo y en tres dimensiones”.
(15) El mismo Puig declaro en una entrevista: “Cuando elijo una historia
realista me encuentro mucho mejor con la literatura porque siento el realismo
muy ligado al método analítico de trabajo, que permite la acumulación
de detalles. En el cine, en cambio, me siento mucho más a gusto en las
narraciones fantásticas, alegóricas. Para mí, la fantasía
es síntesis, como el cine, como los sueños nocturnos, verdaderos
modelos de síntesis donde en un minuto pasa delante nuestro una historia
entera. El realismo cinematográfico, en cambio, me da un poco de miedo,
tengo miedo de quedar encerrado en un realismo fotográfico” (Entrevista
de Giovanna Pajetta a Manuel Puig aparecida en Crisis,
Nº 41, abril de 1986). En otro momento Puig habla de su experiencia como
coguionista de Boquitas pintadas, cuando tiene que
enfrentarse a la adaptación de su novela: “Torre Nilsson, como productor
y director, me dejó toda libertad creativa, pero yo no me sentí
cómodo en esa tarea de adaptador, porque tenía que seguir el procedimiento
contrario al que me había ayudado a liberarme. Tenía que resumir
la novela, podarla, encontrar fórmulas que sintetizasen aquello que en
su origen había sido analíticamente expuesto” (Manuel Puig:
Recuerdo de Tijuana, ed. cit., p. 11).
(16) Sobre esto declaró Puig: “Me han dicho que mi novela tiene algo
del movimiento camp y creo que es cierto. Porque el camp es
un estado de ánimo en el que se ridiculiza algo que se ama, y se lo ridiculiza
para demostrar que, con toda su probable carga negativa, es indestructible. Si
yo hago esa operación con el cine de los años treinta, es sólo
para recuperar su fondo de auténtica poesía”. Citado por Cristina
Fangmann: “De la tentación a la traición...”, en: Encuentro
Internacional Manuel Puig, ed. cit., p. 123.
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